Relatos LUIS ANGEL CALVO VILLALAIN

Al llegar a casa ...

Al llegar a casa se cruzó consigo mismo. Entraba en casa para descansar después de un primer día de trabajo donde nada había salido como hubiera deseado y, al mismo tiempo, salía para trabajar con la ilusión inmarcesible de quien empieza su primer trabajo.

Se acostó pronto. Había dejado todo preparado: el traje recién planchado sobre la silla, los zapatos relucientes, la cartera con un conjunto de portafolios a juego y finalmente la pluma, lista para ser estrenada. Apenas pudo dormir, oyó como el reloj de cuco del comedor marcaba las dos, las tres, las cuatro, .... No paraba de cambiar de postura en la cama, se levantó varias veces para beber agua y pasar por el servicio. Aprovechó estos momentos para revisar nuevamente que todo estuviera en orden para la mañana siguiente.

Se levantó antes de que sonara el despertador. La ducha, el desayuno, el vestirse de forma digna y ceremoniosa transcurrieron como habían sido pensados. Finalmente salió para trabajar con la ilusión inmarcesible de quien empieza su primer trabajo, y al salir se cruzó consigo mismo.

El cosquilleo que tenía en el estómago al entrar al trabajo desapareció pronto. Sin embargo ya desde el principio no se sintió cómodo. Apenas entrar, nadie parecía tener referencias sobre él, la señorita de recepción amablemente le indicó que no había sido informada de una nueva incorporación, que el director de personal estaba ausente ese día y que bajo ninguna circunstancia se podía incomodar al jefe hasta por lo menos media mañana. Ante su cara de incomprensión y sorpresa, la señorita, acercándose a él hasta casi tocarle, le dijo en voz baja a modo de confidencia, que últimamente el jefe tenía serios problemas con la bebida, y que hasta bien entrado el día no estaba en condiciones de atender a nadie.

Estuvo sentado en un sillón que había en la recepción, de tanto en tanto llegaba hasta allí algún empleado, hablaba en voz baja con la recepcionista, se giraba para mirarle con cara de pena y se iba. En alguna ocasión creyó oír que decían "otra vez está éste aquí", pero no lo podría asegurar; lo que sí era seguro y claro es que el malestar, y la sensación de incomodidad y vergüenza fueron creciendo a medida que avanzaba la mañana y no se resolvía la situación.

Fueron pasando las horas sin apenas cambios; entró la tarde y todo seguía igual, vió como el reloj de pared de la sala marcaba las dos, las tres, las cuatro, .... Se removía inquieto y asqueado en su sillón, se levantó varias veces para, más con la mirada que con las palabras, pedir ayuda a la recepcionista, sin conseguir nada positivo. Aprovechó uno de estos momentos para comer un sándwich vegetal adquirido en una máquina expendedora que había en la propia sala.

A última hora de la tarde, se le indicó que por fin venía el jefe, y en efecto se presentó allí una persona mayor, algo entrado en carnes, bajito y con mofletes sonrosados. Habló brevemente con ella y por fin se dirigió a él, para -con una sonrisa que a todas luces pintaba cinismo- decirle textualmente "vuelva usted mañana, ya verá como mañana todo será distinto".

Regresó amárgamente pensativo, nada había salido como lo había imaginado, de hecho era difícil pensar que hubieran podido ir peor las cosas. Justo cuando llegaba a casa, deseó con todo su ser poder volver atrás en el tiempo y poder repetir ese nefasto día, y entonces como había ocurrido cada día desde que este narrador tiene memoria, y como iba a ocurrir por siempre jamás, se cruzó consigo mismo.